lunes, 28 de julio de 2008

Tiempo perdido

He estado pensando en la limitación espacial que nosotros mismos nos hemos implantado, y a pesar de saber que las palabras envilecen mis pensamientos, me voy a dar el lujo de intentarlo sólo por pensar que no vale la pena desperdiciar la soledad en el café y el cigarrillo y un poco de fobia a la compañía. Porque a pesar de todo, yo he buscado esta soledad que me rodea.

Tengo la idea fija de una casa esférica. Una enorme esfera blanca, sin puertas ni ventanas. Solas la esfera y yo en un universo que cuelga perfectamente como el pendiente de unos aretes o el pez de espuma de su cuarto. Imagino un hombre que contempla desde hace un rato mi esfera casa y me habla sobre la posibilidad de subarrendarla y no puedo más que sonreír ante la idea de semejante absurdo. Obviamente alegué que era imposible, que en estos momentos la esfera representaba mi hogar y eso ya era razón más que suficiente, tomando como obvio el hecho que alguien quiera arrendar una casa tan inestable, sin entradas o salidas (porque todos sabemos que son distintas), sin una cama, una cocina, o un servicio de WC al menos decente. Así que tomo la esfera y la hago rodar a un lugar distinto, donde me pregunten menos por lo que pienso hacer con ella. Una vez allí noto que se hace de noche así que luego de calcular las posibilidades de desplazamiento (no quiero morir bajo mi propia casa) duermo un poco junto a ella, en su lado este, por decirlo de alguna manera. Allí espero el amanecer y que la esfera desaparezca, como todos los pensamientos de café y cigarrillo de los martes por la noche.

He pensado en otras figuras camino a casa, pero me aburren inmensamente… los cubos (mmm, no…) las pirámides y todas esas figuras con tantos y tantos lados y tantas y tantas posibilidades de estabilidad y de entradas y salidas, sin mencionar la enorme imposibilidad para desplazarlas y todo lo demás… So, this days my life have changed… ¿Será cierto acaso que algo ha cambiado?, aparte de la tonalidad de la canción que escucho y este estado de eterna espera comprometida, como la de las estatuas y los faroles de las calles extranjeras de esta ciudad a donde yo misma me he exiliado, que sólo esperan que alguien se pose bajo su luz para ser eternizadas en el instante mismo, como se eterniza en el tiempo la primera resaca de joven en el mismo lugar de la memoria que esa primera vez con un hombre, esa vez que no te gustó pero que sabías que no debías darte por vencida, porque tiene que haber algo más que fluidos y suspiros, y aún lo esperas a él bajo el farol, la respuesta a esta soledad aterradora de tu cama, del estudio con su teclado y sus afiches de festivales y qué sé yo, que tiene que haber algo más allá de la resaca, y el olor a sexo en las sábanas, ese olor a él que no se va de tu almohada y de tu cuerpo, y ves sus huellas en el switch de la luz que él mismo apagó meses atrás con el dedo de en medio de su mano derecha, como siempre, como si estuviera en su cuarto y no en el tuyo, como si tuviera derecho a repetir su rutina en tu espacio de rutina, y cambiarlo así para siempre con un gesto al aire desde la puerta, mirando a los ojos a Fernando en el afiche y apagando luego el interruptor de la luz con el dedo de en medio, con el dedo medio de su mano derecha, y su recuerdo se tiende imaginario entre tú y la penumbra como si no fuese ya suficiente la soledad que cargas sin él, y te hace sentirlo de nuevo, el vacío y ese peso de más entre las manos y qué sé yo, que tiene que haber algo más, algo más que la rutina y el ir y venir por los cuartos de una casa rentada , cruzando los marcos de las puertas con ese aire juvenil de siempre y de nunca jamás, como quien olvida lo que dijo alguna vez y ahora lo repite una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, como quien olvida que en ese instante que él se desnudaba y se metía entre las sábanas a dormirse en tu calor, ya no importaban demasiado los problemas del trabajo, y el olvido de las luces de los faroles de la calle y la familia que dejaste por perseguir sus manos, las estatuas y las casas esféricas y no piramidales. Pero en la ausencia no valen de mucho las especulaciones, y el aire denso se torna liviano y dúctil luego del segundo ron, la medida perfecta para todo, la manera practica de alcanzar el cielo con él, pero sin él, sentado en el sofá de la sala.



Ahora falta su cuerpo para completar el círculo que ambos crearon, así que reemplazas su ausencia con el estéreo y el tercer concierto de Rachmaninov para piano y orquesta, que el segundo no los has conseguido aún pero que sabes cuando ir a buscarlo a la tienda de discos del pasaje comercial de siempre… que los programas de televisión que ves a diario son una reafirmación de la estupidez del entorno, la falta de sentido crítico y estético en las estupideces que van y vienen y que va, que lo que ellos quieren es diálogos sensatos, carajo, no esas incoherencias de nuestra juventud (como si los hubiésemos inventado nosotros, la simbología y el teatro estático, la poesía maldita y la sequía en los ojos de tanto llorar, como si la pesadez en el aire no llevara ya décadas y décadas, y por qué no, siglos y siglos…) Y sabes que la desesperanza no es nueva, que estuvo allí incluso cuando él estaba contigo, pero no se veía. Nada volverá porque nada debe volver, y si lo añoras es sólo eso, añoranza. Y si lo extrañas no es más que costumbre y si te angustias… calma, que al menos es tu angustia y no la suya, porque acuérdate cómo te ponía la angustia de él, esa angustia chiquita y amorfa que se posaba sobre su cabeza, y tenías que sobarlo toda la noche para espantarla, para que él durmiera tranquilo a cambio de que te desvelaras. Y si cambia el tiempo, y si la tercera persona de todo esto es ese yo que se hace una casa esférica para no entrar en él y recordarlo, es sólo para que nada le toque, para que nada me toque, para que olvide que todo y nada es lo mismo cuando se tiene una casa que rueda con uno y no un ancla gigante, de ésas que te atan con grilletes, de ésas que te hacen menos libre que ella porque la libertad es la peste, el lujo humano que ahora desdeño y odio, porque no quiero ser libre ahora, porque sí, porque no. Porque haces falta en el espacio circular que ahora habito desde lejos, en esa esfera blanca que inunda la imaginación y no debería, y no debería porque en ese espacio hueco y luminoso cabrían cientos de miles de ideas bonitas y rosadas, y no verdes como la sensación que tengo ahora porque tú disfrutas de la libertad, allá lejos de cualquier parte, y yo me encierro en este lugar tan vacío, tan lleno de ti pero sin ti. Ven, que haces falta.

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